06 julio 2013

GREGORIOUS THELMAKO, EL DESCUBRIDOR DE LA FLOR CON PÉTALOS DE HIELO.



La historia está llena de hombres que han sobresalido por su valor. Haciendo enormes esfuerzos por conquistar tierras, mares, tras un sueño han salido a la aventura sólo para caminar aquellos lugares jamás caminados. Soportando toda clase de privaciones, sin recursos ni herramientas más que su fuerza absoluta de superviviencia. Tal es el caso de Gregorious Thelmako, un inglés que en el año 1816 quería probar que podía encontrar una extraña flor en el centro geográfico del polo sur terrestre. Viajó al Mar del Sur con William Dampier entre 1652 y 1715, en reiterados viajes, pero cada uno de sus viajes fue teñido por la desgracia. A pesar de que jamás pudieron llegar más lejos del llamado Puerto San Julián, en uno de estos episodios, cuando estaban por fondear en este lugar, una de las naves de la expedición se perdió dentro de un espeso banco de neblina por espacio de tres días. En el barco iba Gregorious y durante este lapso, según la crónica que relata un joven Jacob Roggeven, quien luego fuera el descubridor de la Isla de Pascua, y que escribe en su diario que fueron arrastrados misteriosamente por una fuerte corriente que los trasladó a una velocidad increíble y que estuvieron en pocas horas en una tierra blanca en donde “no crecía vegetal alguno, el cielo estaba cubierto de un interminable manto blanco, había montañas, y un infinito horizonte, todo blanco… el frío era insoportable y todo este país estaba sometido al más infernal de los vientos helados” Estas palabras han generado una profunda controversia a lo largo de la historia, hay quienes piensan que el barco fondeó en algún lugar que se supondría el continente antártico, otros, que se trataba de las Islas Malvinas, aunque nada de esto se puede dar por cierto, las conjeturas y las suposiciones invaden el relato de Roggeven, quien a pesar de su juventud, se trató siempre de un marino con grandes condiciones y mucha credibilidad. Pero lo más llamativo del relato es cuando se refiere al descubrimiento que realizó Gregorious Thelmako. “Halló una planta que hacía sus raíces en las heladas rocas de esta tierra, que daba una flor con pétalos de hielo de una transparencia azulina. Thelmako le dio el nombre de Floris Incógnita” Sabemos por el mismo aventurero holandés que introdujo un ejemplar de esta planta en un recipiente de vidrio y gracias a la misma corriente, fueron devueltos a las costas de San Julián, pero una vez en aquellas latitudes, al abrir el frasco, sólo quedaba la roca y un tallo con su raíz en extremo debilitadas. Nadie jamás volvió a hallar una Floris Incóngnita.

EL BUNNY CHOW



Las Comidas populares son universales a pesar de que están contenidas en regiones que luego han tenido la mala fortuna de crear banderas, pero antes que éstas, la comida típica de un pueblo es el sentimiento más genuino de Identidad que una comunidad puede tener, o a lo que más alto puede aspirar. Los platos populares son platos surgidos de la miseria y todos sabemos que un ser humano hundido en ella y con hambre, puede desarrollar canales creativos de inmensa potencia. El puchero, el minestrón, el guiso carrero, el bife hamburgués (la hamburguesa), los diferentes tipos de omeletes, la pizza, la pasta con pesto, el curanto, y todos los platos populares tienen un mismo origen: sofocar el hambre con las sobras. Llenarse con poco y con lo que se tenga más a mano. En Sudáfrica, existe un plato popular que se puede comer en todos los carribares de este país que fue tan castigado por los europeos. Es ejemplo de creatividad, y se ajusta notablemente a los cánones arriba dichos acerca de qué significa un plato popular. Se llama Bunny Chow, y se trata de agujerear un pan viejo, y rellenarlo con curry, trozos de carne y salsa. El origen se remonta a los esclavos malayos que llevaron los europeos a Durban (principal puerto sudafricano) Pero se hizo tan popular que los blancos se lo hicieron suyo, es decir, sacaron plata haciéndolo. Y en pleno apartheid prohibieron su consumo a los negros, quienes a la sazón lo habían creado. A pesar de esto, el pueblo, es decir, los negros, lo comenzaron a vender en carribares en el puerto, volviendo al Bunny Chow a su cuna: la calle. El Bunny Chow es una gran idea que se debería hacer en nuestras mesas. Pan, salsa y carne. Punto. Te llena y es barato. El ser humano sabe cómo sobrevivir. Mi homenaje a los esclavos malayos que se las ingeniaron para romperles el traste a sus amos europeos quienes les querían dar comida de perro. Ahí tienen, les dieron el plato típico de su país, el admirado Bunny Chow.

22 noviembre 2012

JORGE FINTOCCI, EL LOCO DE LOS FOCOS.


Vive en el Paraje Faro del partido de Coronel Dorrego, tierra de olivos y de buenos chorizos secos. Su fascinación por las viejas bombitas de luz o los llamados focos, tiene su origen, según nos cuenta, en su infancia. Su padre, capataz de una estancia cercana a Ombuctá, se ausentaba muchos meses, por lo tanto, la mayor parte del tiempo lo tenía que pasar con su madre. La vieja casa de los Fintocci tenía dos focos, uno en la cocina que iluminaba casi todo el rancho y otro en la puerta del fondo, que era usado para “avisar” de que allí existía gente. “El foco del fondo era el más importante, en las tremendas soledades de Faro, un foco de 75 es visto a varios kilómetros, y cuando yo tenía que trabajar en las estancias vecinas, mi madre lo prendía cuando bajaba el sol y eso significaba que estaba todo bien” Pero el problema surgía cuando se quemaban los focos. Su madre jamás se animó a ponerlos. “Y mirá que se daba maña para todo, pero la electricidad, decía, era cosa de mandinga, y lo máximo que llegaba era a tocar el interruptor” Jorge nos contó el problema que sobrevenía a la rotura de un foco: “Era todo un drama, yo me acercaba a un árbol y miraba en dirección a mi casa y cuando no veía el puntito de luz del foco me tenía que ir volando para el rancho. Encontraba a mi madre con alguna vela, muy triste, porque su limitación la ponía mal” Los focos no son elementos que se encuentran con facilidad en aquella zona, más hace algunos años. El único almacén de Faro tenía algunos y para asegurarse de que no faltaran en su rancho, Jorge los compraba todos, y aunque tuviera una reserva importante, toda vez que pasaba por la pulpería se llevaba todo el stock. “Mi obsesión empezó cuando por trabajo tuve que viajar a otros pueblos. Ni bien entraba a un almacén, pedía focos, no me importaba qué cantidad, los compraba todos. Después cuando llegaba a Faro, se los dejaba a mi madre” Llegó un momento en el que la pieza que antes era destinada a las “cucherías” se llenó de cajas con focos. “Cuando encontraba uno de 100, temblaba. Un foco de cien, lo comprobé, lo podía ver desde la ruta. Entonces sabía que mi madre estaba bien” La vida siguió su curso, y su padre dejó el trabajo en Ombuctá y juntos viven en Faro. Jorge trabaja en una estancia del vecino paraje de Oriente, y todas las noches se acerca a la ruta para ver si el foco del fondo de su casa está prendido. “En varios años, llegué a juntar 9.769 focos, todos están en esa pieza”, señala con orgullo el espacio en el que la puerta no puede cerrarse por la cantidad de cajas. “Un foco en el campo dura más que en una ciudad, lo pude comprobar. El aire libre le hace bien al foco y también comprobé que cuando uno lo quiere y lo cuida, el foco siente ese afecto y es como si durara más” Ante nuestra pregunta de cuál fue el foco que más duró. “Lo tengo en esas repisas. Yo desde hace 30 años no he podido tirar ni un solo foco. Cómo tirar algo que ha sido tan útil” La colección de focos de Jorge es asombrosa, y sus padres se miran con admiración, pero también con esa complicidad inevitable de tener que aceptar si o si el extraño y fascinante amor de Jorge por sus focos. En una piecita que su padre levantó con sus manos, detrás de la casa, están exhibidos cientos de fotos quemados. Jorge los tiene organizados por duración. “El que está arriba es un Osram de 100 que duró 621 días. Nos alumbró en momentos difíciles”
La entrevista debía tocar un tema muy complicado: la reciente ley que hizo desaparecer a los focos por los de bajo consumo. El rostro de Jorge Fintocci se desmoronó. “Fue lo peor que pudieron hacer. No saben el daño que han hecho, y no hablo por mí, sino por toda la gente que vive en el campo. Los focos además de durar más, y tener ese sentimiento hacia su dueño y su necesidad, tienen una luz perfecta, y alumbran en la distancia. Uno de estos nuevos –él no los nombra- no llegan a la ruta. Lo máximo trescientos metros y ya no los ves más, además no dan luz, dan sombra. Y están hechos de tal manera que no sean capaces de dar ningún sentimiento. No te podés encariñar con algo que no sea hecho con vidrio transparente. Un foco que no sea transparente es claro que no alumbra” La tarde cae en el viejo rancho de Faro, y ya es hora de prender los dos focos. “Cuando estoy en casa, me cabe el honor y los prendo, sino ellos están autorizados” La luz de un viejo foco de 100 ilumina un espacio muy grande en el fondo de la casa. “Podés ver las estrellas. Los focos tienen hasta eso” Al despedirnos Jorge Fantucci nos da un abrazo y nos regala un Osram de 25. No queremos aceptar el presente, sabemos que ya no se fabrican más y que esos 9.769 tienen que durar muchos años. Pero insiste: “Los de 25 son para veladores, para leer. Yo fomento la cultura”

27 julio 2012

EL HOMBRE QUE FLOTÓ 80 HORAS



De las últimas noticias, la que más me llamó la atención fue la de Larry Baugmther, el hombre que se lanzó en paracaídas desde 10.000 metros de altura y debido a diversas corrientes de aire que interactuaron unas con otras, lo dejaron flotando por 80 horas en el aire, trasladándolo a 1500 kilómetros de su ciudad natal, donde debía bajar. La experiencia llamó la atención de muchos meteorólogos, que no se pueden explicar cómo un ser humano pudo flotar por tanto tiempo sin caer o ser afectado por la gravedad. “Pensé que iba a vivir allí arriba, aunque lo que más difícil fue aguantar tanto tiempo sin ir al baño. Mi traje no me permitía orinar y por eso perdí la conciencia las últimas horas” En efecto, este hombre con un sentido muy estricto de la moral, no quiso humillarse y hacerse encima, y por este motivo a la vez se convirtió en el ser humano que más tiempo aguantó sin ir al baño. Al pisar tierra firma, finalmente, en el balneario de Tampona, en el Estado de la Florida, las primeras palabras que emitió fueron: “Por favor, necesito ir al baño”


24 julio 2012

PRESENTACION DEL LIBRO: "EL HOMBRE QUE ENLATÓ LA VACA"



PEDRO VARDEGURTZ, "EL HOMBRE QUE ENLATÓ LA VACA"

Hoy se presenta la historia de Pedro Vardegurtz, el inventor del picadillo de carne. El título del libro hace referencia a la idea que persiguió toda la vida este brillante hombre nacido en Carlos Casares, que cosechó premios por todo el mundo: "El hombre que enlató la vaca" La obra relata la particular y, significativa vida de Verdegurtz, y particularmente su etapa en la vida dedicada a llevar a cabo su más afamado invento, el picadillo de carne enlatado en forma circular. Los que no lo conocen es esta una de las mejores forma de hacerlo, ya que, gracias al prólogo de Héctor Tirsón, Presidente de la Cámara Argentina de la Carne e íntimo amigo del genial Vardegurtz, se podrá conocer las anécdotas que lo pintan de cuerpo entero, como aquella que lo llevó a presentar su invento ante el presidente Kennedy, minutos antes de que entrara en el auto que lo llevaría hacia la tragedia, acto que le valió ser incluido en la nómina de sospechosos, y presentar ante el FBI una lata de picadillo, la misma que le había regalado al Presidente, y que en su momento fue considerada una prueba más en contra de nuestro más celebrado inventor. En aquellos días en los que estuvo preso en Dallas (todos recordarán la crónica que editó en el diario La Nación) tuvo infinidad de entrevistas con agentes federales que no sabían cómo una persona había podido hacer un alimento tan rico, su frase salió en el Dallas Daily, “Fue fácil, enlaté una vaca” La presentación se llevará a cabo en el Auditorio de la Cámara Argentina de la Industria de la Carne (Cap. Gral. Ramón Freire 183 2° piso), el próximo jueves a las 14.30 Hs. Para más información: www.capav.com.ar


10 marzo 2012

El Hombre de las Montañas Mínimas, la breve biografía de Ricardo Baéz.


Ricardo Baez Sierra nació en Trenque Lauquen el 19 de diciembre de 1918, murió el 7 de mayo de 1989. Fue empleado del ferrocarril, buen empleado, durante toda su vida trató de tener una vida ordenada, tanto como se lo permitía su labor de maquinista, estaba mucho tiempo ausente de su casa, en una época en donde ese significaba no saber nada del otro en esa ausencia. Tuvo una mujer y dos hijos que hoy lo recuerdan como a un buen padre, su vida no hubiera trascendido si no fuera por la inclinación de Ricardo a mirar un poco más allá, y por su frustración de no haber podido conocer en toda su vida una montaña de gran altitud. Dos años antes de morir su hijo menor lo llevó a conocer Sierra de la Ventana y lloró al pié del cerro. A los 21 años no pudo ocultarlo más, y le dijo a un compañero que lo cubriera unas horas, se internó en el monte, más o menos a la altura de la Estación La Sofía, en Carlos Casares. Y allí, comenzó su verdadera vida, aquello por lo que hoy lo recordamos: relevó los montes menos altos de la Provincia. No importaba si fueran montículos de medio metro, de basura, de brosa o de tierra, él iba con su libreta y un pequeño cartel y lo bautizaba. “Montecito El Chaperío, Altura: 48 centímetros” Tuvimos acceso al cuaderno de notas que gentilmente su hijo –hoy vive en Chivilcoy- nos prestó y allí hay registradas 1296 pequeñas –mínimas- montañas, hallamos una rareza, en algún lugar cerca de Salliqueló, por el paraje Gracierena, encontró el monte menos alto de Buenos Aires, al que bautizó: “Jamáseráunpico. Altura: 17 Centímetros” La vida de esta clase de hombres, nos revela que la humanidad tiene sentido aún.


20 enero 2012

Visiones de un entrerriano en Tokio. Entrevista a Blas Tavani




Hace tres meses Blas vino a casa vestido de negro en un día de calor y se despidió: "Me voy a Tokio", nos dijo con la misma seguridad que un polinesio antiguo confirmaría la redondez de la tierra. Blas sabía algo, intuía, pero se tiraba al vacío, igual que aquel perdido habitante de las antípodas. Tomamos unas cervezas, él había sacado de su maletín un queso y una bolsa de maní japonés, quizás ya signado por las coordenadas de aquella fabulosa insula de luz e historia nipona. Tomamos esas cervezas y lo oía, sus planes eran simples, ambiciosos y perfectos: probar suerte en la tierra donde la suerte se regula con un chip. "Tirarse a la pileta, ver qué pasa, caminar y esperar" Esos eran los planes de Blas. Eso son hoy sus planes. Hace tres meses que el amigo Blas, ya es tiempo de hablar de él con este ilustre cargo, está en Tokio. Viviendo en la isla de los terremotos, los dominios perfectos del dios Cronos y de los suicidios, de lo calculado y la desesperanza. Tokio, está lejos. Es otro mundo, todos los días, desde aquel día en el que pisó suelo nipón, nos comunicamos con Blas. Mientras que él comienza la jornada, yo lo estoy terminando, o visceversa. Las Antípodas. Y, obstinado, este entrerriano valiente, se levanta todos los días a caminar por las calles de esta atribulada ciudad. Creo que nada puede ser más opuesto que un entrerriano -hombre de lento andar- en la isla de la velocidad y el caos controlado, por eso siento interés en saber cómo está Blas todos los días. Cuán grande es esa pileta en la que se tiró, qué profunda y si es clara u opaca el agua que le da identidad. Con Blas hemos compartido muchas noches, soñando dominar el mundo, casi siempre eso, cómo hacerlo, de qué manera influir en el Orbe para luego ser los emperadores de ese engendro. Blas es sobre todo una persona paciente y observadora, y un loco. Sólo un loco podría probar tirarse en una pileta de la escala de la isla del Sol Naciente. Personas así, han hecho los descubrimientos más maravillosos en el mundo. Aquí les presento a Blas, el entrerriano que camina por las calles de Tokio. Ah, Blas tiene 22 años, y para mi entender, ya dominó el mundo.

1- ¿Cómo es Tokio?
Tokio es una ciudad moderna en el sentido más estricto de la palabra. Posiblemente es la única ciudad moderna. Una ciudad que excede toda cuadrícula y funciona sin ningún tipo de fricción. El sistema arremete segundo a segundo, sin retrasos. Siempre en el minuto y en el segundo marcados, señalados. Porque en Tokio todo está marcado y señalado. Tokio es un gran parque de diversiones. Tokio es una zona gris, la zona gris donde está todo marcado y señalado, adornada y coloreada a gusto del "consumidor". Es el Lager del futuro, 12 horas más adelante que el resto.

2- Los ciudadanos son respetados? ¿El Estado está presente?
Todos son respetados más que como ciudadanos, como consumidores. Como gente "conveniente". Acá existen, cuadra a cuadra, negocios apodados "conbini" de "convenience store". El respeto es la base de la cultura y tradición orientales, es el método. No obstante, eso también es sistematizado. Por el Estado, por los poderosos. Porque el Estado está siempre en todas partes. En carteles, avisos sonoros y guardias. Todo, absolutamente todo, está guardado y registrado. Vigilado.

3- ¿Cómo es tu día allí en Tokio?
Mi día acá es tal lo ha sido siempre en todas partes. Camino mucho porque no me gusta girar sobre el eje de las máquinas. Busco en vano, completamente en vano, trabajo. Porque en el mundo moderno no es posible trabajar sin una visa de trabajo. Me esfuerzo por llegar al final del día, que es pronto porque en Tokio oscurece a las 5 de la tarde. Entonces, sin haber comido o tomado nada, me encierro en silencio en la habitación que alquilo a emborracharme discretamente con un vaso de vodka, una lata de verdel y una sopa instantánea. Acá la comida no es barata. Siempre dejo andando alguna película, como ahora "Las Veredas de Saturno". En los días sin salidas me encierro a leer, tal lo he hecho siempre en todas partes.

4- Qué desayunan, almuerzan y cenan los japoneses?
Los japoneses desayunan, almuerzan y cenan comida de "combini". Comida rápida. En general la ciudad no da tiempo a hacer otra cosa que comprar la comida hecha, "bento", y comerla adónde sea. La industria gastronómica japonesa es realmente espectacular, cuadra a cuadra abundan negocios de comida rápida de todo tipo y clase. Es impresionante. Comer en Japón no es una necesidad, es un pasatiempo. Una forma de dilatar el tiempo entre que se entra al trabajo y se regresa al hogar sin distraerse en lecturas siempre vanas ni introspecciones de ningún orden. Cada vez son más los obesos en Japón.

5- Que es lo más raro que encontraste en un supermercado?
Lo más raro que encontré en un supermercado fue alcohol etílico. Porque lo encontré una sola vez y nunca más. Según un policía japonés con el que en una noche compartimos unos vodkas, está prohibido consumir alcohol etílico como bebida. Aparentemente es por eso que es tan difícil de encontrar, hasta en las farmacias. Siempre está diluido o alterado. Una sola vez en 3 meses encontré alcohol etílico en el supermercado central del barrio en el que estoy viviendo. Es un supermercado de 6 pisos.

6- Hay kioskos? Cuánto sale una cerveza, un vino?, una pizza?
Hay kioskos por doquier pero son todos kioskos automáticos, sin nadie que te esté atendiendo. Son máquinas surtidoras siempre eficientes, siempre con "stock". La cerveza acá es buena, rica. Fuerte. Y cuesta lo mismo. Pero el vino es una inmundicia, en general los únicos vinos que se encuentran son chilenos y más que vino parecen agua coloreada. Ahora, las pizzas, salen caras y en general les falta hasta el aspecto de una pizza. Es difícil llegar a saciarse en Japón, al menos para alguien sin trabajo o, claro está, para alguien sin visa de trabajo.

7- Cómo es un dia normal de un japonés?
El día normal de un japonés es, si se está trabajando, correr atrás del tren. Siempre están tratando de estar lo menos posible en la calle, la esquivan. Cuando no trabajan pasean mucho por los parques, sacan sus "sets" de cámara fotográfica o de equipo de béisbol, siempre nuevos y completos con todos los accesorios. Y los que no tienen trabajo ni casa deambulan de estación en estación hasta que llega la noche, entonces se esconden en alguna alcantarilla o, en el mejor de los casos, en algún subterráneo. Cuando ni corren atrás del tren tratando de estar lo menos posible en la calle ni pasean mucho por los parques ni deambulan de estación en estación, por lo general, están procreándose.

8- A qué hora se depierta y se duerme la ciudad? ¿Cuántos dólares necesitas para vivir un dia?
El horario comercial va desde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche y el horario en que se despierta y se duerme en la ciudad es, claro está, más o menos el mismo. Sobre todo porque el sistema de trenes y subterráneos deja de funcionar después de la medianoche. Probablemente para desalentar a la gente en sus noches blancas, todos siempre están corriendo atrás del último tren no importa la celebración. Y en un día largo, muy bueno y largo, se pueden llegar a gastar 40 dólares. Yo, por ejemplo, logré vivir a 15 dólares diarios. La comida no es barata pero el transporte es caro.

9- Cómo conviven la modernidad y lo tradicional en Japón?
Si bien no es la Asiria ni mucho menos, son realmente cuidadosos de sus antigüedades. Las disfrutan mucho y las respetan. Mas es llamativo como mientras más joven es la persona, menos sabe de su tradición. Yo vine a Japón en busca de algo específico, un solo libro, el libro del guerrero, el famoso Hagakure, y realmente me costó encontrarlo. Y no porque no hable el idioma, lo hablo lo suficiente. No sé exactamente cómo va a ser la respuesta de un joven argentino empleado en una librería si le pregunto por el Marín Fierro pero posiblemente lo conozca y ya lo haya leído. El Hagakure es ese tipo de libro y hasta ahora solamente 1 japonés lo reconoció. Y se encantó con mi elección, según ese 1 japonés es nada menos que la "biblia japonesa" y yo no soy un hombre de fe pero adoro esos rastros de amor y libertad que estarán por siempre escritos en las distintas biblias. Lamento mucho no poder creerles.

10- Estan acostumbrados a los terremotos?
Los japoneses están cada vez menos acostumbrados a la catástrofe y a las banderas piratas, es difícil pensar en un artista japonés pintando los últimos instantes del naufragio de La Balsa de la Medusa en vez de una japonesa entreteniéndose en su intimidad con un pulpo gigante. Tal era El Sueño de la Mujer del Pescador, según Hokusai. No, no están acostumbrados a los terremotos pero están preparados. Están preparados para absolutamente todo justamente porque no están preparados para absolutamente nada. Sea acaso ésta su paradoja y todos somos una paradoja. Al menos la mayoría, teme por su vida constantemente, hasta al cruzar una calle.

11- Tienen algún recuerdo de las bombas atómicas?
Lamentablemente no pude hasta ahora hablar del tema con un japonés, supongo que debe ser difícil lograrlo. Hablar de la Segunda Guerra con una alemana huérfana de esa misma guerra me llevó años. Sin embargo, me atrevo a decir que sí, que sí tienen el recuerdo. Más allá de su exagerada fascinación por los Estados Unidos, que es desagradable a veces. Los subterráneos son ciudades que están enteramente construidas bajo tierra, como refugios nucleares entrelazados por miles de miles de túneles y escaleras. Se puede atravesar la ciudad entera sin salir a la superficie en ningún momento.

12- Cómo es el servicio público de transporte?
El servicio público de transporte es simplemente perfecto. Según he preguntado a algunos que conocen más que el Japón y la Argentina, el servicio público de transporte japonés es el mejor del mundo. Y yo les creo. Funciona al segundo, al milímetro. Si está avisado que en ese mosaico amarillo va a parar la primera puerta del primer vagón, en ese mosaico amarillo va a parar la primera del primer vagón. En el segundo del minuto de la hora del día del mes del año anunciado.

13- Cómo formas parte de su sistema?
Como suelo formar parte de cualquier sistema, al borde, excluido por defecto. o por exceso, no lo sé. No me gusta andar excepto a pie, es sabido que tengo un gran par de botas. Como una sola vez al día, a la noche, encerrado en una habitación en silencio y soledad. No me gusta comer afuera, no me gusta comer al lado de desconocidos. Ni mucho menos, tomar. Tampoco compro ropa, toda la que necesito, 2 mudas, entra en mi bolso de mano. Si hace frío alcanza con mi sobretodo. La vida sana al aire libre me espanta, es mala para mí. En resumen, solamente formo parte de este sistema para alterarlo o romper algo, sin querer.

14- Qué es el suicidio para un japonés?
Una salida a la presión del padre. Uno como hijo debe vida al padre. Uno como hijo debe satisfacción al padre. Si bien no existe disciplina como la disciplina japonesa, es lo mismo en todos los países de Asia. Así que los estudiantes que están bajo demasiada presión se suicidan en las vías de los trenes. Por lo general eligen la línea que encierra a toda la ciudad, Yomanote-Sen. Es la que mejor corre, rápido y fuerte. Es una muerte en el instante. Entonces uno se convierte automáticamente en un "accidente suicida", avisan los monitores. Ya no se es siquiera alguien. Media hora alcanza para limpiar el "accidente suicida" de las vías pero por lo general la gente que está siempre apurada sale a reclamar el valor del viaje. Yo nunca lo reclamé.

15- Qué extrañas de Argentina?
Extraño a mis amigos, qué es la vida de un hombre sin amigos. Cómo aprender sin amigos, porque el libro también es un amigo. Solamente traje un libro en mi bolso de mano, el Martín Fierro. Va a ser mi regalo para ese 1 japonés que reconoció el Hagakure. Extraño la comida y la bebida, abundante y barata. Sin elaboración ninguna. La comida se asa no se elabora, se asa y se come con un cuchillo filoso y nada más. Ni tenedores siquiera. Acá todo está cortado para agarrarlo con palitos chinos, o japoneses. Y lo peor, no existen botellas de litro. Son todas a la medida de la tolerancia alcohólica japonesa, 3 cuartos de litro máximo. Finalmente extraño y mucho las librerías de libros de segunda mano, donde se esconden los tesoros de más valor que existen en el universo. Acá solamente se encuentran libros nuevos, sin gusto a absolutamente nada.

16- Cómo es la televisión nipona?
Me encantaría saberlo. Sé por lo que he escuchado que es insoportable, peor que la televisión argentina. Que, en realidad, no es mala. Lástima que sea televisión. He escuchado al dueño de la habitación que estoy alquilando viendo la televisión, solamente logro distinguir gritos de chicas chicas. Niñas. Es sabido que la pedofilia acá no existe porque es algo normal, más allá de que esté censurada porque acá todo está censurado. Desde años de años que existe una moda típica japonesa que ahora además de una moda típica japonesa es una obsesión japonesa, lo "kawaii", lo que es amable. Ser más y más amable, rostro amable, voz amable, piernas amables. Y no hay nada más amable que una chica sobre todo si es una chica chica, es decir, "kawaii".

17- Se conoce a Argentina?
Hasta ahora todos saben del tango y de esos jugadores de fútbol cuyos nombres siempre confundo con marcas de zapatillas. Pero nadie sabe que existió Borges o Ezequiel Martínez Estrada, por ejemplo. Tampoco saben qué es un criollo o un gaucho. Ni qué es la caña criolla, obviamente. No, no conocen a Argentina en lo más mínimo. Algunos conocen Buenos Aires y creen que conocen a Argentina, no me sorprende. Hasta hay argentinos que creen que conocen a Argentina y solamente conocen Buenos Aires. En una de esas es una buena forma de empezar a conocerla.

18- Qué es lo más raro que viste desde que estás allí?
Lo más raro que vi fue a un entrerriano tomarse una botella de vodka y salir de excursión en una de las noches más frías del año con 100 pesos argentinos más unos pocos yenes para terminar hablando en un portugués bastante malo con una "bailarina" japonesa de Sao Paolo linda al extremo de la palabra, inefablemente hermosa digamos, que, aparentemente, le hizo un buen descuento porque el entrerriano pudo seguir de excursión en un par de "salones de masajes" chinos, que no son baratos, donde se entretenía provocando a los empleados, por lo general negros, y hablando con las "masajistas" chinas en un chino mucho mejor que su portugués mientras ellas le convidaban cigarrillos para que se sosegara un poco ese guacho entrerriano. Finalmente, al límite de la suerte del ser humano mortal, una de las "masajistas" chinas lo acompañó a tomarse un taxi. El taxista hablaba un poco de castellano.

19- Cómo es la noche de Tokio?
La noche en Tokio puede ser realmente excitante si uno conoce a la gente adecuada porque es cara a más no poder y siempre se cobra, por las buenas y por las malas. Pero si uno puede entrar a la noche es realmente fascinante, el movimiento es constante por más que estén fuera de servicio los trenes y los subterráneos. Lo que hace de la noche de Tokio una gran noche es que las japonesas son sin lugar a duda alguna las mujeres más lindas que existen y no tardan nada en entusiasmarse porque la histeria no existe en Japón. Con un vaso de vodka alcanza y sobra para animarlas a absolutamente todo.

20- Es posible para un argentino vivir allí? ¿Qué fue lo que primero sentiste al bajar el avión y ver a Tokio?
Es más que posible si se cuenta con una buena visa, lo que es desde el 2010 bastante difícil de encontrar. Más allá de eso, es posible para cualquiera vivir en Tokio. Es una ciudad cómoda, probablemente es la ciudad más cómoda del mundo. Ignoro cómo puede vivir un japonés afuera de este lugar. Pero el 2010 fue un mal año y desde entonces son uno peor que el otro, para que un argentino viva acá al menos. Sobre todo para uno que está sin visa y que solamente es argentino porque, qué es esa atroz infamia de tener "doble ciudadanía". A lo mejor es como ser hermafrodita, algo así imagino. Al bajar del avión sentí una cosa solamente, la ciática. Hasta ahora la siento.

21- Cuando dejes Japón qué es lo que vas a extrañar de ese Imperio?
No voy a extrañar en lo más mínimo el servicio de transporte público o la comida y la bebida. Tampoco la noche. No voy a extrañar en lo más mínimo las librerías siempre llenas de libros nuevos ni a la nieve que está cayendo sobre toda la ciudad ahora mismo. Extrañaré a los amigos que encontré en este lado opuesto del mundo y, por sobre todas las cosas, extrañaré a no poder más a las japonesas. Realmente no sé qué es peor, si vivir sin haberlas conocido o si vivir habiéndolas conocido. Lo que sí sé es que en mi inevitable retorno va a ser más que difícil que encuentre atractivo alguno en las argentinas y su histeria. Pero, me esforzaré porque ellas también merecen ser amadas, a veces.

PS: adjunto la única fotografía que he sacado de Tokio, desde la habitación donde se extienden mis pesadillas.

04 julio 2011



LA VIDA EN LA FRONTERA



El horizonte infinito y los cielos pampeanos eran un ambiente más de aquellos ranchos perdidos en la inmensidad de la frontera. Allá lejos y desamparados en una soledad absoluta estos gauchos y sus familias se aventuraron a una realidad desconocida y al amparo de la providencia, invadieron territorio indígena recién liberado por la fuerza nacional. La vida allí no fue fácil y las condiciones en las que estos hombres y mujeres tuvieron que vivir fue muy básica y primitiva, pero nunca infeliz. Según un viajero inglés que en 1819 pasó por nuestras pampas, advirtió que “es tal la suciedad de esta gente que ninguno de ellos ha pensado en lavarse la cara alguna vez y muy pocos lavan o componen sus ropas una vez que se las ponen” Se habrá sentido espantado este gringo al comprobar que recién a finales del siglo XIX en los almacenes rurales se comenzaron a vender artículos para higienizarse. La vida en la frontera tenía a tres protagonistas, el indio que había sido dueño de todo y poco a poco se fue quedando con nada y tratado como nada; el gaucho, hijo de esta tierra, acostumbrado a dormir a cielo abierto y a saborear la libertad, que tenía siempre una pésima relación con la ley, y luego el criollo. Los tres convivieron en la frontera, en las márgenes de nuestros campos, allí donde la ciudad era un mundo al que no se entraba jamás, y en los primeros tiempos ni siquiera el tren contenía con su estampido de hierro la rutina de plantarse bien para no salir volando por un rebencazo del pampero. Vemos entonces un conjunto de seres humanos que se animaron a la vida en los límites de un mapa siempre difuso y muy peligroso, donde la acechanza del malón siempre estaba latente.
Para hablar de la frontera tenemos que comenzar a desentrañar el origen de esta palabra y por qué se la usó. La frontera de la que hablamos es la frontera civil que surgió luego de los avances militares que dejaron al descubierto cientos de miles de leguas pasibles a ser habitadas, sin embargo durante mucho tiempo se debió convivir con los indios, el contacto entre estas culturas ocasionó una identidad que luego completó el ser argentino. Comencemos por explicar la raíz de esta historia. Allá por los finales del 1700 los indios vieron con preocupación que el ganado cimarrón, del que se abastecían para ir a venderlo a Chile, se agotó en el monte. Por una cuestión lógica, tuvieron que ir a buscar ganado en las estancias donde pastaban con tranquilidad. Esta expansión se dio de un modo natural y progresivo; esta incursión indígena fue el nacimiento de los primeros malones. Fue así cómo la frontera, ese impreciso y siempre vacilante ecuador pampeano, fue militarizado y de esta época datan los primeros fuertes y fortines. El cuerpo de blandengues fue el destinado a proteger a la frontera, los malones en 1751 eran moneda corriente y bajo la gobernación de José de Andonaegui se hablaba de los “grandes daños y perjuicios que hacían los indios infieles, hostilizando y matando en la frontera”, por esta razón se crean tres fuertes con sus respectivas compañías, los nombres de estas nos hablan de la razón por la que fueron hechas, y también de la necesidad de acabar con un problema que recién comenzaba y que vería su fin un siglo después cuando se emprende la conquista del desierto, el deseo de crear una nación fuerte y libre de amenazas inspiraron al cuerpo de blandengues, cuyo nombre se debe a que estos soldados blandieron sus lanzas a las autoridades que los habían creado, a la manera de los caballeros medievales este gesto simbolizó el compromiso y la entrega. Estuvieron destinados a tres puntos que en esos años eran los hitos más importantes a defender y que significaban la línea extrema que separaba la civilización del mundo salvaje. La compañía “Valerosa” en Mercedes, luego la “Invencible” en Salto y por ultimo el cuerpo de “Atrevidos” cercano a la laguna de Lobos y luego, por su naturaleza de vanguardia, pasó a llamarse “Conquistadora” Se sucedieron infinidad de acuerdos con los indios, pero siempre fracasaron. Cuando en 1810 la patria se independizó, una avanzada de estancieros se adentró en la línea de frontera. Los malones se volvieron comunes, con la llegada de Rosas hubo una época de relativa calma y con la caída de este en 1852, la incursión indígena se hizo más notable y sólo a finales del siglo XIX el problema, como dijimos, se acabó cuando el ejército de Adolfo Alsina y luego de Roca mandaron a los indios al otro mundo o sino a campos que no eran útiles. Las grandes estancias datan de estos años.
Cómo se vivía entonces en esa frontera en constante peligro. La vivienda más usual fue el rancho y la casa de adobe con techo de paja. Aunque el primero tuvo más relevancia. El rancho, su imagen es muy fuerte en nuestra historia, con su forma rectangular y el techo a dos aguas fue la morada por excelencia de los habitantes de la frontera, para su fabricación el gaucho buscaba la mejor madera, de ñandubay, con tientos mojados o cuero fresco se ataban los horcones y las tijeras, después la cumbrera y por último, las esquineras, la pared se levantaba de adobe crudo o cocido, muy pocos ranchos tenían ambientes a excepción de este único, y la cocina por lo general se hacía independiente a un costado, las puertas o separaciones se hacían de cuero, y la intimidad no existía en el rancho, el hacinamiento era usual. Por lo general había solo una ventana. La ramada fue muy común, se trataba de un ranchito más básico a cierta distancia del rancho, era refugio contra la lluvia y contención en los días calurosos. Allí se mateaba y se comía el asado.
Pero esta no era la única construcción; a mediados del siglo XIX aparecen en nuestra pampa las primeras casas con azotea, y en las estancias, podemos hallar casonas que no tenían nada que envidiarles a las de la ciudad, por ejemplo grandes estancieros como Féliz de Alzaga tenía en Bella Vista un verdadero palacio. Pero nosotros seguiremos con la hombre común, el chacarero que se le animaba a la soledad, allá en la frontera y que no pertenecía a la elite, sino que se trataba de un productor agropecuario que tenía que pelearla a diario con su familia, como sucede hoy día; el rancho campero contenía a estos visionarios, allí se desarrollaba la vida. El mobiliario era básico, por lo general las cabezas de vaca eran las que servían de asiento, pero sino había sillas de madera y paja, y no para todos los integrantes de la familia. Había una mesa, una olla, la pava y un asador, y a un costado un horno de barro donde se hacía el pan, un pan rústico y arenoso porque el trigo se trituraba en morteros. La práctica de dormir en el piso con la sola protección del poncho pampa fue usual hasta finales del siglo XIX. En algunos ranchos había catres y alguna que otra frazada para los días de frío. Los extranjeros que visitaron estos ranchos se quejaron de los bichos con los que había que convivir en la intimidad de estas paredes. ¿Cúal era la vestimenta más usada? Los pequeños y medianos estancieros apenas se diferenciaban de sus peones. Se usaban ponchos, calzones y se calzaba botas de potro. El poncho ya se usó en la pampa a principios del 1700 y venía a reemplazar a la capa española, y fue la prenda a la medida de la frontera. Había muchas variedades, el poncho pampa, el poncho de campo, el santiagueño, el de media labor, y el balandrán. El primero fue el más práctico, hecho de lana gruesa de ovejas pamperas. A fines del siglo XIX el poncho le dio una dura batalla a las confecciones que venían de Inglaterra y que por medio de la gruesa red de pulperías se vendían con la intención de renovar las prendas. Al gauchaje no le interesaban las prendas finas. La vida de campo requería de una tela viril, nuestro poncho. De los indios llegó el chiripá, y con la llegada de los inmigrantes, la bombacha. Ricos y pobres en el campo se diferenciaban por la cantidad y calidad de monedas que tenían en el cinto y el tirador, y en las espuelas. El sombrero fue un elemento que marcaba una diferencia social, los indios, no usaban, los peones y jornaleros, llevaban un pañuelo o sombreros de paja, los estancieros, gorras, algunas con vicera. Había alpargatas, y zapatos de tafilete, abotinados e ingleses y de cuero para los hombres y mujeres.
La alimentación no era muy variada, y dependía mucho si cerca del rancho había alguna pulpería. La carne asada fue el eje de la dieta, en segundo lugar, la carne ovina y se consumían aves de corral, gallinas. Las ensaladas de hortalizas y verduras impregnadas en aceite, fueron comunes. La sopa era habitual, al igual que el consumo de choclos, y los guisos, como el locro. Podemos advertir el consumo de arroz, fideos y aderezos como la pimienta, el orégano, el clavo de olor, el pimentón y el azafrán. La sal era uno de los más preciados tesoros, “el churrasco sino está saldado, es desabrido e indigesto” cuenta el comandante Prado. En la época de Rosas llega la fariña y fue muy usada, más que la harina de trigo. Los postres consistían en frutas de estación como la sandía y el melón, también se preparaban tortas y pasteles o los duraznos escabechados. Entre la población rural, las bebidas más consumidas eran el aguardiente, de caña de azúcar y de uva destilada, y el vino carlón, más tarde llegan la cerveza y la ginebra. El café se vendía molido, en rama o en grano, el té, en sus dos variedades, el perla y el negro. Pero había un elemento que representó la base de la vida en la frontera, la yerba. El mate unía la familia, al igual que el asado comunitario. Aquella era una vida en donde se compartía la vida y las rutinas eran suspendidas cada tanto con la aparición de una pava para cebar. Un pedazo de carne siempre estaba asándose y hombres y mujeres, amparados por el cielo azul y aquel horizonte infinito, soñaban con tener otra silla, otro plato, y tal vez, una puerta y si la cosecha era buena, anexar una habitación al rancho para poder tener un poco de intimidad. La frontera fue escenario de una vida básica, bella y fundacional.